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sábado, 24 de julio de 2010

Astronomía

El hombre desarrolló sus ciencias de la mano de la astronomía.

No hubo jamás mejor estímulo para el pensamiento que el inmenso cielo nocturno plagado de estrellas.

De hecho, las sociedades se desarrollaron a la par de la agricultura, y esta fue tanto más fructífera como acertadas sus fechas de siembra, riego, recolección. Estos momentos, el conocimiento de las estaciones y su ciclo, fue deducido por los antiguos astrónomos.

Esos hombres lejanos contaban con no pocas herramientas: sus ojos, unas varas o monolitos de piedra, su razón y su imaginación.

Los chinos, siempre primeros, registraron una Nova y las manchas solares.

Los griegos, amantes de la polémica, discutieron sobre la naturaleza y la mecánica del cosmos, y sus poetas le dieron nombre a casi todas las constelaciones visibles en el norte.

Los árabes, siempre cultos, editaron el primer gran libro del cielo: el Almagesto.

Cuando los españoles pisaron América los aztecas calculaban eclipses con un acierto envidiable y hacía milenios que interpretaban correctamente el camino de los astros.

Los hombres americanos jamás vieron el cielo como algo ajeno. Las culturas de la patagonia creen que cada estrella es el alma de un ser que ha partido.
¿Cuál de ellas será mi padre?

Los holandeses, que eran piratas y debían orientarse en los mares, desarrollaron los relojes y los lentes más precisos para medir el paso de los cielos.

Newton fue un genio asombroso que inventó una explicación asombrosa para la mecánica celeste.

Einstein fue otro genio asombroso que inventó otra explicación, aún más asombrosa, para la mecánica celeste.

Pero estos genios no son suficientes, hay mil misterios y no todo encaja todavía.

El ansia del hombre por saber no se detiene, permanentemente nos empuja a observar, predecir, deducir, inferir, imaginar… el cosmos es una pregunta sin fin.

Hoy se conocen gran variedad de objetos astronómicos.

Las estrellas, los planetas, los asteroides, los cometas, las nebulosas, los púlsares, los cuásares, las supernovas, las galaxias, los cúmulos estelares, los agujeros negros, son distintos objetos astronómicos, y cada noche estudiados por los astrónomos.

El cosmos nació quizá con una portentosa explosión.
No había nada y luego hubo la explosión.
Esa explosión aún perdura, todo lo que vemos es su residuo.
La materia pudo crearse porque el universo se enfrió. La energía de la explosión, al enfriarse, se transformó en materia. La materia y la energía son lo mismo, la misma cosa.

El universo contiene grandísimas cantidades de Hidrógeno y este, con el paso de milenios, se aglutina formando gigantescas nubes oscuras. Allí dentro la gravedad hace de las suyas. Los átomos de hidrógeno se comprimen y se calientan hasta el punto extremo de fusionarse en un nuevo tipo de materia: Helio.

Cuando una nube de hidrógeno comienza a generar helio, expulsa al infinito fotones que constituyen la luz: la nube se enciende y se ilumina y podemos celebrar pues ha nacido una estrella.

De la cantidad de gas hidrógeno que da origen a una estrella depende su vida, y su muerte.
Las estrellas medianas o pequeñas vivirán milenios y muchas serán como nuestro sol, de color amarillo. Estas estrellas crecerán un día, transformándose en gigantes rojas, y luego en bellas nebulosas planetarias.
Una nebulosa planetaria es como el alma de una estrella que vaga solitaria por el infinito.

Algunas estrellas nacen de nubes monstruosas, estas brillan con una luz intensa y azul, y morirán con un estallido visible en toda la galaxia, y aún más allá. Estas son las Novas y las supernovas.

Las supernovas crean los materiales que nos dan sustento: el hierro, el calcio, el magnesio. Somos polvo de estrellas.

Hay estrellas tan masivas, tan intensas, que al estallar y derrumbarse se tragan a sí mismas, engullendo a su propia luz y a la textura misma del universo.
Todo desaparece aquí.
El universo, literalmente, se devora sólo.

Ha nacido un agujero negro y, tal vez, un nuevo universo en una dimensión desconocida.



Taller de astronomía.
Sergio Galarza

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