Qué es proyecto sagitario?

Cursos de Iniciación a la astronomía.

Didáctica astronómica. Talleres de Ciencia.

Charlas, cursos, campamentos, observaciones grupales.

domingo, 30 de junio de 2013

Compañera Luna

“Grandes son las cosas que en este breve tratado propongo a la contemplación de los estudiosos de la naturaleza. Grandes, digo, sea por la excelencia de la materia misma, sea por su inaudita novedad, sea, en fin, por el instrumento en virtud del cual esas cosas se han desvelado a nuestros sentidos.” ¹
Antes de la difusión de Astronomicus nuncios, el escrito de Galilei, luego publicado como Sidereus nuncius, la naturaleza lunar se enseñaba como perfecta, libre de arbitrios, sustancia incorruptible afín a tan altas entidades que participaban de dios y su potestades. Es curioso comprender cómo, qué intrincadas razones, argüía el docto para justificar colores y brillos tan diversos y notables -un niño los podía y puede constatar a simple vista- y enseñar sin embargo que su naturaleza -la de la Luna- era incorruptible.
Ay, cuántas veces lo observado no concuerda con lo previsto por nuestra voluntad, guiada por la ciencia o la fe, y, sin embargo, cómo confiamos en estas y no en aquellas vistas díscolas. Galileo, en el año 1609, confió en sus ojos y negó los libros, el viejo Aristóteles. Aris Tottle², como le dijera Poe, uno de los mayores pensadores del cielo, mofándose.

La Luna es el astro más amable del cielo, luego del Sol, claro, hacedor de vida, puesto que ningún sistema es autónomo.
En nuestro marco de dependencias, Luna garantiza estabilidad al eje terrestre con la consecuente meseta en climas; su existencia -Luna condensa a partir de polvo y escombros, residuos de un impacto colosal que refundió un planeta de las dimensiones de Marte con la masa que formaba la pretérita casa-, sorpresivo regalo del cielo que incrementó nuestro núcleo, le dio mayor densidad al sumarle metales a los ya existentes, hecho que, y derivado de su dinámica, permite el activo campo magnético terrestre; campo que, como sabemos, protege la atmósfera, nuestro hábitat, de las periódicas rabietas solares.
Debemos a este affaire cataclísmico tantos tópicos planetarios que imagino tarea de dioses el prever dónde una civilización tecnológica podría aturdirse allí afuera, cada una de ellas, fruto de causalidades como las que nos mantienen aquí.
Tantas variables, una miríada dominó, fichas enfiladas, encadenadas en su caída, nos trajeron aquí. Aún no determinadas todas, incógnitas muchas, salvo la brillante o esquiva, siempre hermosa, compañera Luna.

“Bellísima cosa es, y sobremanera agradable a la vista, poder contemplar el cuerpo lunar…”¹
A simple vista el satélite muestra contrastes, zonas oscuras y luminosas (anfractuosidades). Estos contrastes varían conforme avanza o decrece el área iluminada. Hemos dado en llamar fases a esta variedad. Galileo sabía que las fases eran un juego de perspectivas, dependen del ángulo en que vemos el astro desde Tierra. Luna –como todos los cuerpos opacos del sistema solar- recibe luz en el semi volumen que mira al Sol. La fase surge entonces como el gajo o trazo de suelo que refleja luz hacia mis ojos (la capacidad de reflejar luz de las superficies celestes es el albedo; el albedo mide lo reflexivo de una superficie. El albedo lunar equivale al del carbón. Imagine usted la cantidad de luz que ha de recibir la Luna como para aparecer tan brillante, sin embargo).

Si Luna se encuentra detrás de la Tierra, opuesta al sol, veré su fase llena.
Si Luna está parada en ángulo recto a la recta imaginaria Tierra-Sol, veré un cuarto (ora creciente, ora menguante).
Si Luna se halla en conjunción al Sol me será invisible o, mejor, estaré mirando su cara no iluminada (novilunio, luna nueva).

“La superficie de la Luna… no es de hecho lisa, uniforme y de esfericidad exactísima… sino que, por el contrario, es desigual, escabrosa y llena de cavidades y prominencias…”¹
Por ser los detalles de superficie mejor visibles cuando el Sol le ilumina al sesgo o de refilón, la fase más rendidora para el observador es la de cuarto creciente. El creciente se produce en la serie de Luna nueva a llena y por tanto es visible en las primeras horas de la velada. El cuarto menguante es asimismo apasionante y rico de ver, pero no somos el florentino, apasionado y tan curioso, artífice de su artilugio (perdón Aldo y tantos otros, hablo de mí), no nos animamos en vela hasta la madrugada para captar cada fase tardía.
¿No? Les invito a levantarnos temprano una mañana cada mes del año, atentos a la lunación será poco el sacrificio y al cabo habremos observado cada una de esas caras con nuestros propios ojos.

“Excrecencias luminosas…”¹
La observación en las fases creciente o menguante permite estimar aquellas alturas y cavidades, las pequeñas diferencias en el terreno son perceptibles por la sombra o reflejo que proyectan.
La observación de la fase llena es incómoda sin filtro lunar, a raíz de la magnitud que presenta, la cantidad de luz reflejada, si bien cada uno de nosotros ha disfrutado con ese círculo a 20x.

Veinte aumentos los provee cualquier telescopio con calidad óptica suficiente como para disfrutar de la Luna. Un refractor Galileo de 70mm de boca y 400mm de distancia focal es perfecto para estas vistas y su costo no es privativo. Si no tienes telescopio esta opción es perfecta, siempre que tengas en cuenta que su montura de poco sirve. Si te compras el 70/400 añade un trípode de fotógrafo al estipendio, o no tienes nada. Compra unos binoculares, antes, te darán mayor provecho (lo digo de balde, todos quieren tener su  teles y son contados con el dedo los que siguen el consejo). Los binoculares proveen de 7 a 12 aumentos sin ser caros e incómodos de usar y de todos me quedo con los 7x50, de cualquier marca, casi.

“La parte más luminosa de ella (la luna) representa más bien la parte sólida, mientras que la más oscura sería el agua… nunca he dudado de que, en el globo terrestre visto desde lejos… la superficie de la Tierra se ofrece a la vista más luminosa y la líquida más oscura.”¹
Notable constatar los pensamientos de Galilei. Como Da Vinci, quien imaginó su Florencia vista a vuelo de un pájaro, Galileo pensó a la Tierra vista desde el espacio, bien que ese interplanetario no era entonces lo que hoy, pues Galileo lo imaginó ocupado por una atmósfera que rarificaba gradual pero no absoluta, hasta llegar a espesar en otros astros. En los primeros escritos, asumía una atmósfera para la Luna, la cual impediría, por su brillo y sustancia, percibir los detalles de montes y valles en el perímetro, al cual veía regular y perfecto. El concepto de mar se afianzó en el vocablo María pero pronto fue desechado en el sentido. Los mares son los valles y cráteres inundados de lava ahora seca y oscura. Es este material basáltico que fluyó a superficie en etapas tempranas, durante períodos de actividad interna y luego en el llamado bombardeo tardío. Las zonas brillantes sí, son los continentes. Su superficie está formada por polvo y roca llamado regolito. Estas zonas altas son llamadas terrae.

 Continúa.

¹Galileo Galilei, Astronomicus nuncius.
²Tottle: vacilación, gateo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario