Qué es proyecto sagitario?

Cursos de Iniciación a la astronomía.

Didáctica astronómica. Talleres de Ciencia.

Charlas, cursos, campamentos, observaciones grupales.

martes, 29 de octubre de 2013

El que aquí me trajo

El que aquí me trajo

Para los que disfrutamos el paralelo 33, la Cruz del Sur es circumpolar. Esta figura fue apuntada a los libros españoles por pícaros que hasta aquí treparon con el afán de vivir de arriba. Algún escriba del piloto Magallán apuntó: hay una cruz en el cielo.
Sin embargo, los americanos vieron en ella una figura parecida; vieron una cruz, más no la misma.

Las cuatro estrellas vistas por el español eran instrumento de tortura, las vistas por el amerindio eran símbolo de armonía con el universo: la Chakana.

Cruz contiene uno de los cúmulos más hermosos del cielo, tal vez junto a la Perla y los Patos, aunque M11 no destaca como los otros. Hablo del consabido NGC 4755, el Joyero o el Alhajero, tal la multiplicidad de colores con que se hace visible.
Este cúmulo en forma de cono de helado o A es claro a los ojos desde Casilda, brilla cual una estrella y por eso figura en los mapas del cielo como kappa crucis. 
He pasado las horas mirándole así y asá, con los ojos, los binos, los teles, siempre me deslumbra, me cautiva como una mujer de negros ojos, o de verdes ojos, o de pardos ojos, que en la noche todos los Tychos son bellos.

La Cruz es una manecilla horaria. Más conocido es que puede usarse como brújula. Su palo mayor, de Gacrux a Acrux, apunta al centro de giro aparente del cielo; es decir, apunta al exacto polo sur celeste. El truco es conocido, prolongas la medida de dicho poste 4,5 veces y estás sobre el polo. El norte geográfico surge de la proyección al horizonte de ese punto hallado.

Pero brújula no es manecilla. ¿Por qué dije arriba manecilla? Porque la hora que conocemos, la que surge de los relojes, la vieja y querida hora que rauda escurre cuando disfrutamos y que jamás avanza mientras sufrimos; esa, es hija del período de rotación terrestre. 
Y cómo la rotación terrestre la percibimos por el movimiento aparente del cielo... *

*Comprobamos la rotación terrestre mirando estrellas; si no pudiéramos verlas igual daríamos con esa costumbre inveterada, la de girar, digo, que puede deducirse de la proyección del lento bamboleo de un péndulo sobre la superficie terrestre, como Foucault lo hiciera. 

------------------------------------------------------------------------------

Hay una razón más en mí para sentir devoción por esta área de la noche, la Cruz, su Alhajero, el cúmulo abierto NGC4755, y es que mi padre admiraba ese objeto.
foto gentileza de Sergio Eguivar http://www.baskies.com.ar/index.htm

Algunas noches me lo mostró, primero en sus binoculares, unos 35 por no sé cuántos, muy pocos x. luego en un teles de juguete que su magro presupuesto le permitió adquirir. 
Armaba el telescopio -un refra de cartón 40/600- sobre los pilares de la verja del jardín (ya ven, qué colonizado estoy, poco faltó para que escribiera: la empalizada). El jardín de la casa de mi madre da al sudeste y, en aquellos queridos años, enfrente solo una calle y el campo. 
Poco después supo él entusiasmar a muchos vecinos en la compra de un telescopio machazo, un formidable Hokenn 150/1200 con ocus de 10 y 25mm. El primer telescopio del proyecto que ahora empujo, a quién llamé Pionero. Muchos colaboraron, incluso la Administración Comunal en la persona de Richi Scaglione, hombre afable y querido por todos los vecinos, en especial por mí. 
Recuerdo la caja de cartón marrón en que llegó el equipo, los telgopores y los papeles delicados que envolvían el tubo, la montura, los artefactos entonces misteriosos. Mi padre lo armaba en el patio y desde allí observaban. Él, mis hermanos y hermanas, mi madre, muchos amigos. Yo vivía en otra localidad, acudía poco, con mis hijos chicos, y miraba menos. Una estrella, un cúmulo, nada más. Miraba por compromiso, por no rechazar, y pronto corría a cobijo, al calor de la cocina, y allá quedaba mi viejo, mirando y mirando estrellas, nubes, sueños allá arriba.

No pocas tardes y noches, si un evento lo justificaba, hacía correr la voz, esta noche en tal o cual camino de campo… Allí acudían los vecinos, los hombres, las mujeres. Y miraban un cometa, o Venus, o Saturno, perfecto a 150x corriendo en el ocus. Tanto fue así que, una tarde, mientras asistía yo a un curso NASE en Rosario, un expositor del Observatorio Municipal, que no me conocía, me dijo: Bigand...en Bigand hay un tipo que tiene un telescopio, lo lleva a los caminos de campo, la gente va y mira.

Mi padre siempre tuvo su genio, no era fácil hablar con él. Mi amigo Daniel Fontano diría que tengo a quién salir. Si alguien se interponía en la visión de un astro muy bajo… uy, había que oírle.

Nunca imaginé qué tanto sabía, pero era mucho, vivía leyendo. Mi viejo fue de esos tipos que te agarran un broli por la tapa y lo dejan en la contratapa. Es fama que había leído varias veces los cinco tomos de la Enciclopedia Británica, cuyas hojas me recuerdan siempre al Libro de Arena, de Borges.

Esto que sigue lo conté muchas veces, hasta a mí me resulta repetido; nunca pesado porque es la tierra de dónde me formé. los libros son la arcilla divina que da vida a ciertas personas.

Mi padre tenía un libro maravilloso, Introducción a la Astronomía, de Cecilia Payne Gaposchkin. El libro, de tan leído estaba roto, de modo que lo había re encuadernado. Lo llamo El Libro de Tapas Rojas.

Este texto me fue regalado cuando nada o casi nada había leído sobre astronomía. 
Mi viejo estaba siendo devorado por el cáncer, su piel bailaba o pendía de las costillas y su papada era un fleco o bandera anunciando muerte. 
¿Estaba él en la cama? ¿En la cocina? No recuerdo bien. Recuerdo que me dijo, Tomá, Sergio, te lo regalo, vos harás mejor uso de él, y me lo dio en la mano, como se dan las cosas de valor, de sentimiento. 
Lo recibí en silencio, con unción, con el verdadero respeto que siente un agnóstico por los gestos, por la vida, en la convicción de que nada se repetirá nunca.

Recibí el libro de Tapas Rojas y lo leí apenas, pues me siento sacrílego al hacerlo. Aún venero esas hojas transitadas por mi padre tantos días, tardes, noches. Porque vivía leyendo. 
Por suerte, en una tienda de usados, hace un año encontré  una copia. Cuarenta y cinco pesos pagué por ella. A este libro sí puedo leerlo. Qué extraña es la mente.


Cuando al fin su cuerpo libró a mi papá de los dolores, la mañana de setiembre en que murió, ya le había anunciado la creación del taller de astronomía de la Comuna de Bigand, el cual lleva su nombre. 

Seis meses después creé Proyecto sagitario y salí a las rutas de mi provincia a enseñar astronomía. 

Sin saber, sin estudiar en colegio alguno. leyendo una nota o libro cada día. 
Maestras y directores me preguntan sin cansancio: ¿Señor, usted qué sabe? ¿Qué estudió? ¿Cómo lo presento?
A ellos les digo: Nada, no estudié nada, no soy maestro, ni profesor, mucho menos físico o astrónomo, como bien saben, pero a mi lado todos observan y disfrutan el cielo. Los niños, los pobres, los ricos que no se permiten tal gasto, los jóvenes, los adultos, los ancianos, todos los que se cruzan conmigo disfrutan del cielo, y lo hacen por medio de las más estupendas ópticas, las más cualificadas por las que jamás nadie haya soñado mirar.

Van cuatro años de trabajo, cuatro años de armar y desarmar teles en plazas, escuelas, pueblos, riberas, playas, valles. Siempre bajo la Cruz, bajo la querida Chakana, símbolo que nos une al Cosmos.

Llevo por los caminos de Shergiud al Pequeño Juan, mi fiel Cata de doce pulgadas, y guardo un Alhajero oculto bajo el sayo.

Si un bribón acecha, le entrego una gema; si un niño llora, le regalo un destello; si una mujer escucha, le bajo una estrella azul.

Solo me detendrá el próximo o lejano encuentro con el que hasta aquí me trajo, mi querido Viejo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario