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martes, 15 de noviembre de 2016

Buenas Tardes

El Cielo.

Buenas tardes, mi nombre es Sergio y amo el cielo. Mi anhelo es que alguno o alguna de ustedes, después de esta lectura, se inclinen hacia él, le conozca un poco más, tenga ganas de recorrerlo, con la vista pero también con la mente y, por qué no, con el corazón.

La observación del cielo puede ser simple contemplación, hay en ello suficiente gozo y retribución, ver conjunciones planetarias, ver arco iris, ver las manchas de la Vía Láctea, blancas por definición, pero también oscuras, negras como el corazón de las tinieblas, origen de diversas figuras celestes entre nuestros antepasados suramericanos, tanto más perceptivos que los nórdicos (los pueblos del norte solo crearon constelaciones, es decir, figuras con estrellas).

Los pueblos euroasiáticos tuvieron cosmogonías diversas, por supuesto, pero como antes de conocernos unos absorbieron a otros, ese origen múltiple fue pobre acervo del cual nos nutrimos, un menjunje en el cual sobreviven nombres como Alnilam y Betelheuse* -propios de una doncella que habitaba el cielo- para definir estrellas de la constelación Orión, pelafustán nacido de una pishada.

Con la colonización y el genocidio, heredamos las leyendas del norte. Una simbología basada en guerra y sexo llegó a nosotros con carácter de cultura: Orión; el León batido por Hércules; los Gemelos; cada una de las doce casas del Zoodíaco refiere a una aventura griega, a una leyenda, a un saber homologado por el poder, tal es la labor de todo relato: perpetuar una forma de pensar, de sentir el mundo. Pensemos que en aquellos años la cultura se masificaba por medio de poesías y su representación primera fue el cielo. En américa sucedió lo mismo, el cielo como pizarra inmensa donde los viejos de la tribu contaban historias a los niños por las noches, junto al fuego. Nada hay más fuerte que un relato. El relato unifica como pueblo, como familia, como ser. Por ello hay una historia nacional, escrita por Mitre para los argentinos, por ejemplo. Por ello hay un relato sobre los abuelos en cada familia: el abuelo esto, la abuela lo otro. Por ello hay psicoanálisis, el discurso de Freud, célibe hasta los treinta y pico y que sin embargo, cual si fuese un erudito en el tema, nos dice: todo es pulsión, energía sexual reprimida…

En fin, debo hablar del cielo, de ese río que en las noches de invierno lo cruza todo, pero la mente siempre se me va por otros caminos, otros ríos, arroyuelos, en realidad; tal vez cunetas...

La Vía Láctea, el camino blanco, el camino de leche, leche del seno de Hera, a quién le arrebataron al hijo cuando este mamaba y la leche presurosa siguió surgiendo y surcó el cielo, y desde entonces allí está, una zanja, una nube, un trazo que lento, muy lento gira sobre nosotros.

Pero… ¿de qué hablo? ¿Cuántos de nosotros hemos visto ese río?



Los americanos creían que por lo que llamamos Vía Láctea -el Río del cielo- ascendían las almas de los muertos. Porque para ellos cada estrella es el alma de un ser querido que ha ascendido al cielo, y desde allá nos mira, nos ilumina, nos sirve de guía.

Las leyendas americanas, qué distintas de las euroasiáticas. Miremos un poco la noche, próximo a la navidad podemos ver a Orión, las tres marías… los tres reyes magos decía mi padre quién me mantuvo ajeno a las licencias cristianas. Orión es esta figura, formada por cuatro grandes estrellas: Rigel, una azul gigante, un sol magnífico, ya hablaremos de ella; Saiph; Bellatrix y Betelheuse.




La gran Betelgeuse, una gigante roja, un sol miles de veces más grande que el nuestro. A punto de estallar. A punto de reventar como confeti esta noche, como dice Aute. Esas cuatro estrellas enmarcan la figura de Orión. Rigel es un pie, Saiph el otro. Betelgeuse es un hombro, junto a Bellatrix. En la cintura brillan -del oriente al oeste- Alnitak, Alnilam, Mintaka, y pende del cinto la espada del guerrero, la espada o el puñal, como le dicen. Una abuela me corrigió, una vez, durante una charla y frente a cincuenta personas, no mienta, me dijo, eso que cuelga no es la espada… Tendría setenta años, sonreía, era una mujer feliz. Parece que el cielo sacara de nosotros lo mejor, lo más puro. Hay algo místico en la observación del cielo. Bueno, no para esa abuela…

Orión es un guerrero, un hombre soberbio que está allá arriba por su torpeza o tozudez. Resulta que el tipo era un gigante y se preciaba de poder matar cualquier animal. Esto es un pecado. No se mata cualquier animal. Los pueblos originarios solo mataban crías y animales viejos. Los animales adultos deben reproducirse, estos son intocables para cualquier cultura seria. Orión se aparecía hoy con un oso, mañana con un tigre, el tipo era un zarpado. Un día, la diosa de la naturaleza le dijo, Orión, cortala, no me matés cualquier bicho, sabés que hay reglas y las reglas están para ser cumplidas, aunque seas un semidiós. Recordemos que orión era hijo de un dios, mortal. Como Hércules, o Aquiles. La cosa es que don Orión siguió con sus transgresiones. De modo que la diosa le dijo, Orión, un día, un animal te cobrará todas estas deudas… Amenaza que nuestro Héroe desestimó, por supuesto. Entonces, la Vaga se mandó la desierto y de debajo de una roca se trajo un minúsculo escorpión. Con enjundia lo zampó entre las pieles de la yacija del Gigante. 
Cuando este, cansado de liquidar bestias, se tendió a descansar, el artrópodo le clavó su aguijón (las estrellas del final de la cola de Escorpio se llaman: Shaula, erguida; Lesath, aguijón). Orión se paró de un salto, tiró las cobijas, vio al miserable y lo aplastó de un sonoro chinelazo, poco después cayó exánime. Zeus, al ver a ambos seres caídos, se apiadó de ellos y los colocó en el cielo. Esta es una de las muchas historias que narran las desventuras de ese muchacho.



Sin embargo, los amerindios… ellos tuvieron y tienen otra cosmovisión. Ellos ven en las cuatro estrellas (Rigel, Saiph, Bellatrix, Betelheuse) un telar tendido en el cielo, en el cual está siendo tejido un poncho que abrigue a los hombros durante el próximo invierno.

¿Qué les parece? Los dioses tejen un poncho para saldar cuitas de los hombres… toda una enseñanza, creo yo. Toda una filosofía. Los dioses no existen para martirizarnos, como es el caso del cristianismo, y ni hablar de Jehová; los dioses cuidan de sus hombres, se preocupan por ellos. Con otras constelaciones, es lo mismo, vean sino la leyenda del Toro Griego y su anverso amerindio. Vean la leyenda de Crux… nuestra propia diatriba contra la soberbia.

La única constelación que se basa en una idea afin es la de Gemini, los gemelos. Para los griegos refiere la suerte de dos hermanos, Castor y Pollux, los Dioscuros, soberbios, agresivos, apasionados. Están allí por haber engañado a un Rey, y por amarse por sobre todas las cosas. Para los amerindios esa constelación es Yunta Puma, dos pumas que saltan para devorar la Luna.



*Alnilam alude a un cintillo de perlas que ciñe la cintura de la doncella, Beteheuse es la mano de la princesa.


Continúa.
Sergio Galarza.

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